domingo, 24 de mayo de 2015

El zorro blanco

Hoy os traigo un relato de inspiración oriental, basado en los kitsune y en el dios Inari, el que se considera dios del arroz y de los zorros.

¡Espero que os guste!

El zorro blanco

La niña lloraba desconsolada mientras dos bestias se enzarzaban por culpa de ella. Un robusto jabalí intentaba deshacerse de un ágil zorro blanco que se había interpuesto entre él y la pequeña.
La chiquilla, llamada Sakurako, se había internado en el bosque, más allá de los límites del pequeño templo sintoísta en el que vivía, consagrado al dios del arroz Inari. La joven no supo encontrar el camino de regreso y comenzó a vagar sin rumbo. Quiso su mala suerte que se tropezara con un jabalí, al que no agrado la presencia de la niña en sus dominios. Cuando el animal se abalanzó contra ella, de la espesura surgió como un rayo plateado un pequeño zorro blanco, que interceptó el ataque del jabalí, salvando a la pequeña.
El zorro se había enganchado al cuello del jabalí, que se retorcía y pateaba luchando por quitárselo de encima. El cánido no desfallecía y continuaba mordiendo la dura piel de su oponente a pesar de sus heridas. El jabalí no soportó más y acabó huyendo de la pelea, dejando un rastro de sangre. El zorro, al ver que todo había terminado, se desplomó y se lamió a duras penas la sangre que brotaba de sus lesiones.
Sakurako se secó las lágrimas y dio dos tímidos pasos hacia su salvador. El zorro no se alarmó ante la proximidad de la humana y dejó que acercara una mano a su cabeza que le acarició su níveo pelaje.
- Has sido muy valiente. Me has protegido y ahora debo curar tus heridas.
La pequeña tenía algunos conocimientos sobre plantas medicinales que le habían sido inculcados en el templo. Supo reconocer las plantas adecuadas con las que preparar una pasta que untó en los rasguños y golpes del animal. La niña uso la tela de su propio obi para vendar al animal y que la pasta hiciera efecto.
El zorro la dejó hacer su trabajo sin moverse ni dañarla. Cuando terminó, se puso en pie y comenzó a andar por el bosque. Sakurako lo siguió durante un buen rato hasta que el animal se detuvo y la miró a los ojos. Permanecieron así durante unos minutos, hasta que una voz rompió la extraña conexión que se había establecido entre ellos:
- ¡Sakurako!
La pequeña alzó la mirada y se percató de que estaba en la entrada del templo. Sus padres corrían en su dirección con el rostro lleno de preocupación. Había encontrado el camino de regreso a casa; no, más bien, el zorro blanco la había guiado hasta allí.
Su madre llegó hasta ella y la abrazó:
- ¡Te hemos estado buscando por todas partes! ¿Dónde has estado? ¡Gracias a los dioses que estás bien!
- Me perdí en el bosque, madre. Pero este zorro blanco me ha traído de nuevo a casa.
Buscó al animal, pero éste había desaparecido. No quedaba ni rastro del zorro blanco.
Su padre había escuchado sus palabras. Él era el sacerdote del templo, por lo que enseguida pudo ver la intervención de su dios:
- Inari ha mandado a uno de sus mensajeros para cuidar de ti. Volvamos dentro y demos gracias por su bondad.
La familia volvió a la casa y la niña estuvo segura de que las palabras de su padre eran ciertas. El zorro blanco era un mensajero de los dioses, de su dios concretamente, que había enviado para salvarla de ese jabalí y guiarla hasta su hogar. Creció teniendo presente siempre esa evidencia.
No fue la única vez que volvió al bosque. De vez en cuando se internaba en la espesura en busca de ese mensajero divino, pero nunca volvió a cruzarse con el zorro blanco.
El tiempo pasó y la pequeña Sakurako se convirtió en una joven muy hermosa y bondadosa. La joven aprendió todo sobre el culto a los dioses, a los que honraba todos lo días, sobre todo a Inari. Mantenía el santuario impoluto y realizaba ofrendas al dios. De estas ofrendas, reservaba una parte para el mensajero del dios, el zorro blanco. La joven rogaba volver a verlo para agradecerle apropiadamente su amabilidad y comprobar que las heridas habían cicatrizado bien.
Su padre pensó que había llegado la hora de buscarle un marido adecuado que le diera un nuevo hogar. Lo encontró en un joven, hijo de un rico comerciante y amigo de la infancia de ella. Vivían en la aldea cercana al templo, por lo que acudían regularmente para orar al dios Inari, el dios al que debían su buena fortuna, puesto que era unos importantes vendedores de arroz de la región.
Era el candidato perfecto a ojos del padre de Sakurako, pero no para ella. En cuanto le comunicó la noticia, Sakurako se negó rotundamente. No quería abandonar a su familia, a su templo, a su dios… al zorro blanco.
- ¡No pienso casarme con él!
- Es tu deber como mujer y como mi hija.
- ¡No es lo que deseo!
- Ya está decidido. La boda será dentro de un mes. Prepárate para entonces.
Por más que intentaba hacer entrar en razón a su padre, éste no daba su brazo a torcer. Creía que estaba asegurando el bienestar de su hija, aunque eso la hiciera infeliz. ¿Qué comodidades podría encontrar en un templo como ese? No es que la estuviera alejando para siempre; vivirían cerca y podría ir a visitarlos en cualquier momento. No era una despedida. Pero para ella ese templo era su hogar.
Incapaz de permanecer bajo el mismo techo del hombre que quería alejarla de ese lugar, escapó al bosque, el único sitio donde encontraría sosiego. Entre lágrimas, se dejó caer sobre la hierba y dio rienda suelta a su tristeza.
- ¿Por qué lloras, muchacha?
Sakurako se sobresaltó y buscó a su alrededor el origen de esa voz. Lo encontró en un hermoso joven que la observaba lleno de preocupación desde la rama de un árbol en la que estaba recostado. El rostro del desconocido reflejaba la misma angustia que sentía ella.
Se enjuagó las lágrimas y sacó todo lo que llevaba dentro. Por alguna razón, ese chico le resultaba familiar y sintió que podía desahogarse con él, pues percibió que su preocupación era sincera, y eso la conmovió.
- Comprendo – dijo el muchacho una vez que terminó de contar su historia-. ¿Y qué piensas hacer ahora?
- ¿Qué opciones tengo? Sólo puedo volver y aceptar la voluntad de mi padre.
- Podrías quedarte aquí para siempre, a mi lado…
Sakurako rió ante ese ofrecimiento.
- Cómo si eso fuera posible. Además, no te conozco de nada. ¿Por qué iba a quedarme contigo?
Esas palabras indignaron al joven, que saltó desde el árbol y aterrizó al lado de la muchacha. La miró fijamente a los ojos; ella sintió que ya había cruzado la mirada con ese chico, aunque no podía recordar cuándo ni dónde.
El joven abrió su mano y le mostró el objeto que guardaba con sumo cuidado. Sakurako lo reconoció al instante: se trataba del obi que había usado para vendar las heridas del zorro blanco aquel día en el bosque. Lo tomó entre sus manos y volvió a mirar al joven. Él había empezado a cambiar. Ya no era un humano corriente, sus cabellos se habían tornado del color de la nieve pura, sus ojos adquirieron un brillo salvaje, sus orejas se volvieron puntiagudas y del final de su espalda brotó una cola blanca y peluda.
- Eres…
El muchacho sonrió.
- Esta vez, no te dejaré volver.

- ¡Sakurako! ¡Sakurako!
El sacerdote llevaba horas llamando a su hija, pero no obtuvo respuesta ninguna de las veces. Creyó que su bondadosa hija estaba realmente furiosa con él, pero sabía que acabaría por comprenderlo y aceptar el destino que había planeado para ella.
Cayó la noche y Sakurako siguió sin aparecer. Él y su mujer fueron en su búsqueda. Se internaron en el bosque, pero no encontraron ni rastro de ella. Pasaron los días y más hombres se unieron a la búsqueda. Organizaron partidas de búsqueda pero no obtuvieron ningún resultado. Parecía que se la había tragado la tierra.
La dieron por desaparecida y cada uno volvió a su vida diaria; todos excepto el sacerdote del templo. Se culpaba de su huida y rogaba a Inari que ella volviera. Todos los días se sentaba en la entrada del templo con la esperanza de que su hija apareciera en el camino de regreso a casa. En su lugar, se mostraron ante él dos zorros blancos. Uno de ellos, se detuvo y le miró directamente a los ojos. Y, entonces, el sacerdote supo lo que le había ocurrido a su hija.
No volvió a ver a los zorros blancos, pero no necesito ninguna prueba más. Inari había tomado a su hija. Maldijo al dios al que durante años había servido devotamente. Tan dolido estaba que intentó quemar el templo al completo. En el momento en que prendió una de las habitaciones, se desató una gran tormenta que impidió que se propagara el fuego al resto del complejo. El sacerdote fracaso en esta misión y perdió la vida en el incendio.
Durante años, el templo permaneció abandonado, a excepción de los dos zorros blancos que protegían el recinto sagrado. Se propago el rumor entre los aldeanos de que estaba maldito y la historia de Sakurako se convirtió en un cuento para asustar a los niños.
Pero Inari no permaneció en el olvido.
Un día, llegó hasta la puerta del templo un nuevo sacerdote, dispuesto a recuperar y revivir el culto del dios en esa región. No creyó los rumores que se contaban y comenzó a reconstruir y devolver la vida al templo.
Poco después, cuando los fieles volvieron a acudir para orar, uno de los más ancianos del lugar pregunto al sacerdote:
- ¿No te han puesto dificultades los demonios que habitaban este templo?
- No me he tropezado con ninguno de esos demonios de los que hablas. En cambio, sí que he tenido ayuda de dos espíritus con forma de zorros blancos en la reconstrucción de este templo. A ellos he conmemorado estas dos estatuas de zorro que guardan y protegen el santuario. Estoy seguro de que esos dos seres son animales celestiales enviados por el propio Inari.
No es casualidad que todos los santuarios dedicados al dios Inari estén protegidos por dos estatuas de zorros, uno masculino y otro femenino. Estos espíritus guardan y cuidan a los humanos, tal y como hizo y sigue haciendo el zorro blanco con la pequeña Sakurako hace cientos de años.  

domingo, 17 de mayo de 2015

Wagakki Band, folk metal de estilo japonés

No se si existe el folk metal de estilo japonés, pero es lo único que se me ocurre para describir a esta banda: Wagakki Band, un grupo de ocho músicos que lleva unos dos años elaborando música de estilo rock o metal combinada con instrumentos tradicionales japoneses, como el shakuhachi (una especie de flauta), el shamisen, el koto y el el taiko.


Me llamaron la atención por esa mezcla del estilo japonés tradicional con el estilo musical moderno occidental, tanto en la música como en la vestimenta, porque hay que reconocer que su vestuario es impresionante.


Actualmente sólo tienen un disco en el mercado y dos singles. El disco se llama Vocalo Zanmai (2014) y los singles son Hanabi (2014) e Ikusa (2015).

Tanto si os gusta la música tradicional japonesa, el metal o buscáis algo diferente, darle una oportunidad a Wagakki Band, que seguro que no os decepcionará.

Os dejo el vídeo de una de sus canciones que ha obtenido más de 20 millones de reproducciones: