domingo, 8 de junio de 2014

Carnaval

Hoy quiero compartir con vosotros un relato que escribí hace unos años ambientado en el Carnaval en Venecia, que ilustro como complemento con una imagen de Victoria Francés que creo le va bastante bien a la historia.
Carnaval

La noche se iluminó con el estallido de los fuegos artificiales. Era Carnaval y toda la población de Venecia estaba celebrándolo. Venecia, la ciudad que no sólo celebra el Carnaval, sino que lo vive. Por sus calles miles de máscaras y brillantes trajes pululaban de arriba abajo, en una orgía de risas y desenfreno. Era la única fiesta en todo el año donde todo estaba permitido; ya se arrepentirían durante la Cuaresma de sus pecados y excesos.

Las clases sociales desaparecían esa noche; ricos y pobres se mezclaban y bebían juntos, ni importaban las apariencias. Los nobles dejaban a sus remilgadas mujeres y caían en brazos de cariñosas taberneras; bajo la seguridad de la máscara, las mujeres que aparentaban ser mojigatas buscaban soltarse la melena y liberarse del yugo de guardar la compostura por una noche; y los jóvenes se juntaban para hacer el tipo de cosas que les escandalizaría escuchar cualquier otro día.

Sí, eso es el Carnaval. Pero tras algunas máscaras no había diversión ni ganas de embriagarse. En su lugar brillaban la astucia y la prudencia de quien busca una presa entre el mar de gente. Y la había encontrado. Estaba cansado de matar a mujeres de la calle. Esa noche, donde nada podía sorprender, el cazador buscaba algo con más clase, y lo había encontrado en una noble de cuna: la mujer de uno de los hombres más ricos de Venecia.

Ella había bebido más de la cuenta y apenas podía tenerse en pie sin ayuda. Bailaba junto a un hermoso joven, al que le sacaba más de diez años. Entre vuelta y vuelta, intentaba besarlo, pero el muchacho la esquivaba con mucha gracia. Se acercó hasta ellos y preguntó, muy educadamente, a la mujer si le condecía un baile. Tanto ella como el joven, encantado de quitársela de encima, aceptaron.

Comenzó a bailar con la mujer, sin romper en ningún momento el contacto visual. La señora estaba tan prendada de sus ojos que, en el estado de embriaguez en el que se encontraba, no acertaba a dar ni un paso. Éste le molestó profundamente puesto que al tratarse de una mujer de alta alcurnia, un buen baile sí que se esperaba.

Cansado de cargar con ella, pasó al ataque. De improviso, besó sus labios. Ella respondió a su contacto con un deseo casi violento y ansioso. Las manos de ella empezaron a recorrerle la espalda, sacando la camisa de debajo de los pantalones sin importarle que siguieran en medio de la pista.

Sin que se diera cuenta, la llevó hasta un rincón oscuro, lejos de miradas indiscretas. No le gustaba hacer este tipo de cosas en público. La dama no se había despegado de sus labios, pero sus manos ávidas ya habían recorrido todo su cuerpo, disfrutando de cada parte de su constitución. Él, en cambio, no soportaba el roce de su piel ni la manera en como le tocaba. Decidió terminar cuanto antes.

Separó sus labios de los de ella y los bajó lentamente por su mandíbula hasta su cuello. La respiración de la mujer era agitada, demasiado ruidosa para su gusto. Antes de empezar, tapó su boca con una mano y mordió la vena, haciendo que manara la sangre, el líquido vital por el que él estaba haciendo todo esto. Ante el dolor, la mujer quiso chillar, pero el vampiro la tenía bien sujeta y ni un sonido pudo salir de su garganta. Intentó patalear y luchar inútilmente entre sus brazos mientras sentía como la vida la iba abandonando con cada trago que él tomaba. Finalmente, las fuerzas le abandonaron y su corazón fue reduciendo su ritmo, hasta que se paró.

El vampiro se separó de ella y se limpió los restos de sangre se escurrían de entre las comisuras de sus labios hasta la barbilla. Había terminado la cacería.

Dejó allí el cadáver y se escabulló entre las sombras. No tardarían en encontrarlo, pero su muerte no sorprendería a nadie. Durante el Carnaval aparecían muchos cadáveres en los rincones y canales de la ciudad. Algunos se habían excedido con el alcohol, otros se habían enfrentado en mortales duelos, y otros eran fruto de arrebatos pasionales.

Al fin y al cabo, en Carnaval todo estaba permitido.